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Una bomba para el almirante y la mano izquierda amputada – Por Ricardo Marconi

📜 El Rompecabezas de la muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi

Una bomba para el almirante y la mano izquierda amputada

 

En este circunstanciado relato que venimos desgranando de un tiempo a esta parte sobre la violencia desencadenada en Rosario desde el instante cero de la llegada de los españoles, en más de una oportunidad nos vimos obligados a introducirnos en un túnel del tiempo-hacia atrás-, para brindarle al lector de esta columna en Proyecto Escaño, detalles de determinados procesos históricos, a los fines de dejar esclarecidas  debidamente, acciones que pueden ser calificadas de bárbaras o criminales.

Para continuar con minuciosidad con el relato –en este caso de los avatares, en algunos casos mortales, de la Revolución Libertadora/Fusiladora-, nos retrotraeremos a los acontecimientos sucedidos el 22 de junio de 1957, en la provincia de Córdoba, a casi dos años después de la caída de Juan Domingo Perón[1].

El almirante Isaac F. Rojas iniciaba su discurso en la provincia mediterránea calificándola como la: “ciudad capital de la Revolución Libertadora, ennoblecida por los rastros de la batalla crecida, cómo se crece en los días de historia, a saltos de madurez en conciencia cívica y en responsabilidad patriota”.

Un joven se retiró apresuradamente del bar Wimpy e intentó cruzar la avenida Colón en dirección al correo. Miró su reloj de soslayo. Eran las 20.25 y el destino quiso que se interpusiera en su camino una valla de caballos de la Policía Montada.

En la palma de su mano izquierda, oculta por su abrigo “piel de camello”, llevaba medio cartucho de dinamita, con la mecha encendida en el baño del bar. Y como era lógico que sucediera, el humo le subió lentamente por el abrigo hasta la cara.

Su rostro se enrojeció y pensó: “tengo que llegar a la escalinata”. Aceleró su paso y esquivó a dos ancianas pitucas mientras siguió pensando: “la mecha dura más o menos treinta segundos”, según le dijeron.

Bajó a la calle, caminó un par de metros y se escuchó la explosión. Cae, lo ve todo negro. Atontada grita “terroristas, terroristas”.

“Tranquilo pibe”, le dijo el policía. Entre dos lo levantaron y lo llevaron al Hospital de Urgencias. Los médicos creen que tal vez puedan salvarle la mano, pero el interventor militar del hospital ordenó amputar. “Así aprenden”, habría dicho.

Julio Ulderico Carrizo fue el protagonista de aquel episodio que él calificó de “accidente”, cuando en realidad era una acción de protesta que como resultante, a los 20 años lo dejó sin mano izquierda.

Carrizo estudiaba en la Escuela Técnica mientras trabajaba en la Fábrica Militar de Aviones. Se había acercado a la Resistencia Peronista e imprimía panfletos, a la vez que con sus compañeros había hecho un sello de metal y marcaban monedas con la PV, Perón Vuelve.

En vísperas de la llegada de Rojas a Córdoba Alejo Simó, de los metalúrgicos viene con un paquete de explosivos y unas balas de Gloster y le dice que son “para hacer ruido en los alrededores del acto.

Carrizo las repartió entre sus amigos y se quedó con un explosivo para tirarlo en la puerta del correo, donde, en su interior, tendría lugar el discurso. La mecha tenía 30 centímetros y se consumía un centímetro cada segundo. Debía explotar a las 20.25, la hora en que Evita pasó a la inmortalidad.

En el expediente judicial, el Juez de Instrucción Ángel F. Joubin resuelve: “Ordenar el procesamiento y prisión preventiva de Ulderico Julio Carrizo, Juan Roger Márquez, Osvaldo Carlos Velata, Carlos Roque Ramírez y Óscar Armando Figueroa, por supuestos autores de intimidación pública (…) de Alejo José Simó y Raúl Pascual Oviedo por supuestos autores de cómplice necesario. Declarar que no existe mérito para disponer el procesamiento de Omar Lozada, Arturo Benigno Álvarez, Héctor Antonio Bonomo, Ricardo Alfredo Frandino, Franco Pedro Silvio Montaner, Antonio Audifaz Romero Córdoba, María Waldino Caro y Jesús Jorge”.

Vale hacer notar que Alejo Simó, el proveedor de los explosivos hizo carrera en la UOM. En los años 70, como muchos viejos dirigentes sindicales, chocó políticamente con los jóvenes de la Tendencia Revolucionaria. Por su parte, Julio Ulderico Carrizo “el manco”; no dejó de luchar por sus ideales. En 1960 volvió a ser detenido nueve meses en el marco del Plan Conintes.

*

Se presume que en Córdoba había más de mil jóvenes estudiantes secundarios y universitarios antiperonistas alzados en armas. Algunas fuentes hablan de la participación de alrededor 500 participantes en total de la revuelta y otros informantes hacen referencia a 200. Era un enfrentamiento de civiles y civiles golpistas decididos a masacrar a sus enemigos como había ocurrido en el bombardeo del 16 de junio.

Los vencidos terminaron huyendo para intentar ganar las fronteras y otros revolucionarios buscaron asilo diplomático. Otros llamaban a las puertas de sus amigos para que les salvaran la vida del ataque de los comandos civiles. En definitiva, la rebelión dejó una estela de 34 muertos, de los cuales 7 cayeron en combate.

Los vencedores circunstanciales tenían a favor la inexperiencia de los conjurados, quienes terminaron siendo esperados con ametralladoras y tanques por parte de los militares.

 

El decreto 4161

Para explicar aún más lo que significó la desperonización a sangre y fuego[2]  cabe hacer mención, en primera instancia, al decreto 3855/55 mediante el cual se disolvió el Partido Peronista por su “vocación liberticida”, la que continuó hasta 1973.

Y en marzo del 56 dictó el decreto 4161 prohibiendo “la utilización de la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones “peronismo, peronista, justicialismo, justicialista, tercera posición, la abreviatura PP, las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musicales “Marcha de los Muchachos Peronistas “ y “Evita Capitana” o sus fragmentos”. El que violara las prohibiciones terminaba tras las rejas con penas de un mes a seis años.

Recordamos los alcances de los decretos porque aún hoy (2021) mucha gente que sobrevivió a esos tiempos los recuerda con bronca contenida y claridad.

Muchos argentinos quemaron sus libros por temor[3]. Se arrancaron y destruyeron bustos de Eva Perón y hasta se hizo desaparecer por años su cadáver, a la vez que se abrieron 121 causas penales contra Perón y como un reguero de pólvora corrían las versiones sobre como en cuarteles, seccionales policiales y hasta en el Congreso Nacional se picaneaba sin piedad a militantes de ambos sexos, lo que era acompañado en los medios de comunicación  con una estricta censura y hasta cayeron en la volteada artista y deportistas que habían adherido públicamente al peronismo.

Un grupo de enfurecidos antiperonistas derriba el monumento a Eva Perón ubicado frente a la Catedral en Neuquén Capital. (masneuquen.com)

Como si esto fuera poco, se crearon “listas negras” que estaban conformadas por educadores y científicos, entre otros como los dirigentes sindicales hasta un tercer nivel, quiénes terminaron tras las rejas.

Obviamente fue intervenida la C.G.T. y se derogó la Ley de Asociaciones Profesionales y el derecho a huelga, mientras en los gremios se nombraron interventores militares y se disolvieron las comisiones internas, en tanto los sindicatos fueron ocupados por individuos armados por los Comandos Civiles. El sombrío panorama fue completado por la destrucción de la Ciudad Infantil Evita y la Fundación Eva Perón terminó clausurada y su interventora Marta Ezcurra dispuso que ardieran pilas de frazadas, sábanas, colchones, pelotas y juguetes que tenían el logo de la fundación. Incluso llegó al extremo de ordenar la destrucción de todos los frascos de los bancos de sangre de los hospitales de la fundación porque tenían sangre peronista, mientras que sus órdenes implicaron secuestrar los pulmotores debido a que tenían placas metálicas con las palabras “Fundación Eva Perón”[4]

De tanto odio, posiblemente nació la reacción de la resistencia en pueblos barrios, ciudades y fábricas generando la unión de los componentes de la Resistencia Peronista, los que no tenían, en principio, líderes visibles. Eran militantes sindicales, habitantes desencantados de los barrios que terminaron, en su mayor parte, excluidos de la historia.

 

Garzoni, sin desearlo, perjudicó la carrera a Favarón

Carlos A. Garzoni (El Litoral)

Esa noche, el transitorio interventor- ocupante de la gobernación de Santa Fe, almirante Garzoni, mientras sostenía las amarillentas -de viejas- cortinas de su oscuro despacho, miraba abstraído los últimos haces de luz que se abatían sobre la plaza San Martín de Rosario y recordaba el momento en que había tomado la decisión de designar al capitán de navío Pedro Favarón el 6 de octubre de 1955.  Se lamentaba sinceramente. Le había abortado la carrera al ponerlo al frente de la policía rosarina.

Todavía se sentía angustiado cuando recordaba a aquella encargada de la secretaría de su despacho en Santa Fe, quien con evidente preocupación le comunicaba telefónicamente que el capitán de navío había sufrido un accidente de aviación, en momentos en que la nave en que se hallaba se había estrellado sobre un lateral de la pista, bajo una intensa lluvia, al intentar decolar del precario aeropuerto de la localidad de Paganini.

*

El avión de la Marina expresó su “estado de ánimo” con el ruido ensordecedor de sus motores. Piloto y copiloto, expertos aviadores presagiaron que algo no andaba bien en la nave. Sin embargo, incomprensiblemente siguieron adelante con los actos preparatorios, mientras infinitas gotas chorreaban sobre el frente y laterales de la cabina.

  • Realizaron las verificaciones de rigor a nivel de los instrumentos y en la lluviosa noche iniciaron el carreteo, luego de ser autorizados por la torre de control.

Favarón, inquieto, presintió también que algo no funcionaba correctamente, aunque los controles indicaran otra cosa.  La experiencia y el instinto impactaron frontalmente con la realidad.

El avión militar aceleró, pero no logró ascender. El viento frontal se lo impedía como si fuera un muro de concreto a vencer. Escuchó el ruido del tren de aterrizaje golpeando sobre la pista y el accidente fue la resultante final.  El piloto, casi a oscuras, a pesar de agudizar la visión, erró el cálculo y condujo el aparato hacia el barranco, deteniéndose, por milagro, junto a pequeñas olas que besaban el fuselaje semidestruido. El marino sufrió heridas y lesiones de diversa consideración e incluso la fractura de una de sus piernas.

El agua arreciaba sobre el avión mientras los rayos iluminaban el horizonte cuándo los colaboradores de Favarón, que se habían quedado al borde de la pista hasta que el avión decolara, se dirigieron corriendo en el barro hacia los hierros retorcidos para extraer, no sin esfuerzo, a los ocupantes del aparato.

No transcurrió mucho tiempo para que los asistentes de Favarón, empapados, ingresaran a los tripulantes del avión al Sanatorio Parque, en el macro centro rosarino, donde el traumatólogo Sgorosso intervino quirúrgicamente al capitán de navío.

Garzoni, al tanto de los sucesos, se comunicó  con sus superiores y estos le  ordenaron  que pusiera de inmediato al mando al segundo a cargo, esto es el capitán de fragata ® José María Kurtzemann, a quien le fue leída la Orden del Día Nº 74, del 14 de diciembre de 1955, que en su articulado señalaba en el Título 1º, Sección 2da, Capítulo III, Inciso 4º, ítem1º, del presupuesto 1955756, Oficial 3º: Se designa Secretario General de la Jefatura de Policía del Departamento Rosario, al señor Capitán  de Fragata (RE) Luis María Kurtzemann, clase 1914, M.I. 1.122.56.

El documento original fue firmado por el propio Favarón, quién, pasada la tormenta, regresó apesadumbrado a Buenos Aires. De inmediato Kurtzemann designó como subjefe de Policía, al teniente de navío ® Manuel Carullón –fallecido en Brasil el 23 de junio de 2003-; como interventor de Talleres y Armería al teniente de corbeta ® Horacio Artundo y como ayudante del jefe policial e interventor de la C.GT., al comandante de Gendarmería Román Suracci. Al grupo se sumó el doctor José María Maidágan, quien actuó como asesor letrado.

Como jefe de Policía, Kurtzemann estampó por primera vez su firma en la Circular Interna policial Nº 6 del 12 de marzo de 1956.

Y aquí me detengo, porque Kurtzemann también tiene su historia y merece ser contada…

*

… y una semana más tarde de asumir creó la Agrupación Cuerpos, que integró con hombres provenientes de la Guardia de Seguridad de Caballería, Guardia del Departamento Rosario, del Cuerpo de Bomberos, Policía Motorizada de Tránsito y de la Sección Perros, organismos que quedaron en su conjunto al mando del comandante de Gendarmería Nacional Jorge Sabatini.

El 22 de marzo del 56, el comisario de Órdenes Pablo Quiles, a través de la Circular Nº 2, solicitó a Kurtzemann que impartiera órdenes e instrucciones al personal de oficiales y tropa “Con respecto a la disposición publicada en la Orden del Día Nº 43, del 22 de febrero del corriente (1956), que se refería a la designación de los señores oficiales de la Gendarmería Nacional, adscriptos a la intervención nacional, para cumplir las funciones de inspectores generales. Entre las designaciones aludidas se encuentra la del 2º comandante Francisco Nure, para cumplir funciones en la ciudad de Rosario”.

Fueron estos, quizás, los primeros vestigios de una estrecha relación entre marinos y gendarmes que generarían, entre otras cosas, la asunción de mandos superiores en la Policía por parte de gendarmes como el que denominaremos el “Carnicero Verde”, que produciría estragos en Rosario y su zona de influencia, dejando un rastro de muerte, motivo por el cual algunos en el tiempo lo llamarían el Genghis Kan de Rosario, ya que por donde pasaba no quedaba nadie vivo.

En la Jefatura, Kurtzemann armó y comenzó a conducir el grupo denominado “Defensa Activa de la Democracia”, cuyos componentes se instalaron en el sector oeste del organismo de seguridad, al lado del despacho del jefe de la unidad.

Gualberto Venecia, -días antes de morir y como aporte al trabajo que el lector tienen en sus manos- le señaló a quien esto escribe que “desde esa oficina salían los hombres que detenían peronistas y los hacían desaparecer luego de torturarlos”.

*

El que veintidós años más tarde sería el capitán de navío ® José María Kurtzemann había nacido un 20 de junio de 1914, en la ciudad de Paraná.

Muy joven, se trasladó a Rosario junto a su padre, José Luciano, de origen francés, más precisamente de la región de Alsacia y Lorena, quien fue enviado por sus superiores como contador del Ferrocarril Francés Rosario-Puerto Belgrano.

Llegó junto a su madre, María Emilia Dutri y sus hermanos Enrique Manuel y Carlos Alberto. El militar que nos ocupa inició y culminó sus estudios primarios en la Escuela “Domingo Faustino Sarmiento”, ubicada en Buenos Aires 975 de Rosario y el secundario lo cursó en el Colegio Nacional Nº 1, donde llegó a terminar el tercer año.

Ante los ansiosos y reiterados pedidos de José María, sus padres decidieron luego inscribirlo en la Escuela Naval de Río Santiago, de donde egresó en 1936.

A partir de 1937 inició el viaje de finalización de estudios a bordo de la “Fragata Sarmiento”, tras lo cual se graduó con altas calificaciones, motivo por el cual se lo designó Tambor Mayor –una imagen del joven militar, con el tambor y los palillos se encontraba sobre el escritorio de trabajo del estudio jurídico de su hijo- y ya en pleno servicio profesional ocupó un puesto como ingeniero maquinista. Su viaje de formación lo llevó a México, en el estado de Quintana Roo – el paraíso de las tempestades-, abordo de la fragata.

Enamorado, contrajo matrimonio en 1938, siendo su circunspecto suegro Manuel Meyer, un juez del Crimen. Y de allí en más, su carrera profesional lo llevó a ser profesor en la Escuela Naval para pasarluego a formar parte del acorazado “Rivadavia”, así como del torpedero “San Juan”.

Sus obligaciones militares lo llevaron a Estados Unidos, desde donde regresó al mando del buque “Bahía Tetis”, aunque posteriormente también navegó en el rastreador “Fournier” hasta un año antes que el mismo se hundiera.

Con posterioridad, cumplió funciones en la División Materiales de la Marina, en Buenos Aires y en la División Transportes de la Base Naval de Puerto Belgrano. Durante dos años, desde enero de 1952 hasta el mismo mes de 1954, fue asignado a la Comisión Naval, con asiento en Londres, Inglaterra, donde tuvo funciones como jefe del área técnica.

En la capital inglesa adquirió materiales para la Marina, con el objetivo de optimizar el funcionamiento de las naves argentinas –algunas fuentes de este periodista señalaron que, además, le habían ordenado realizar algunas tareas de inteligencia- y hasta 1955 revistó en el “General Belgrano” como jefe del área Máquinas, tras regresar de Europa, donde había sido enviado.

Vinculado a una tradicional familia rosarina, ocupó en enero de 1956 la Jefatura de Policía, como señalamos, destacándose según sus subordinados por ser de personalidad recia y firme.

El marino, actuando ya como jefe policial en Rosario, parecía no cansarse nunca. En horas de la madrugada, con datos reservados, que le aportaban diariamente los “comandos civiles”, llegados de la mano del interventor militar en la provincia, -Favarón, su ex jefe-, ya recuperado físicamente – salía de improviso a realizar operativos para detener malvivientes, intervenir locales del Partido Comunista y supervisar el funcionamiento de las seccionales.

Alto, flaco, de bigotes finos, enérgico y con condiciones de mando, vestido de fajina, se alteraba cuando, en algunas oportunidades, “al inspeccionar de madrugada una comisaría, era atendido por un preso que hacía las veces de oficial de guardia. Esa misma noche la seccional era intervenida”, apuntó al autor una fuente cercana al marino.

La Providencia tenía para él una decisión tomada. Enfrentarlo con dureza a la necesidad de actuar -contra su voluntad según dicha fuente-, como mandadero de la violencia institucional, ya que la Revolución Libertadora inició una etapa dentro de las fuerzas policiales: la de llenar sus puestos jerárquicos con militares antiperonistas. Este mecanismo, en Rosario, fue la punta de la lanza de la que sería la futura lucha antisubversiva.

*

En el agobiante diciembre del 55 el barrio La Florida y el cordón industrial era el territorio de combate de Luis Piacenza, jefe civil del grupo resistente y la cabeza ideológica, enfrentado al poder central. Como colaboradores inmediatos se hallaban Victorio Cardinale y un militante, de apellido Abramor.

El plan rebelde inició un trabajo más ordenado y sistemático para resistir a las fuerzas oligárquicas, según la visión del “espía de entrecasa” Piacenza.

 

El resistente “Chancho” Lucero

El “Chancho” Lucero, otro componente de la Resistencia Peronista, se reunió secretamente, en la zona norte de Rosario con el rubicundo general Enrique Lugand y el teniente coronel Frascogna, quien insistió, si era necesario, en hacer volar la Fábrica de Armas de Borghi que dirigía -escribo estas líneas y pienso en la devastación de Río Tercero-. Ese mismo mes, Lucero se reunió con Valle y Piacenza.

Juan “El Chancho” Lucero (Rosario 12)

No pasó mucho tiempo para que el general Valle llegara a Rosario, a concretar los actos preparatorios en una reunión confidencial y limitada que se llevó a cabo en Zelaya 1136, entre Maciel y Darrragueira.

Caía la tarde sofocante cuando, tras ingresar por la esquina de Zelaya y Darragueira, los complotados accedieron a un jardín y posteriormente, ya en el centro de manzana, se introdujeron en una casilla del ferrocarril, de origen inglés, propiedad de la familia Ducrós.

De la primera reunión participaron Valle, Lugand, Picenza y Lucero, este último en nombre de la Juventud Peronista. Cardinale, temeroso, pegó el faltazo.

“Todavía conservo la mesa que utilizamos para reunirnos y conversar. Allí me entero de la consigna que se difundiría a todo el país”, memoró Lucero mientras se acariciaba su barba entrecana en una entrevista con el autor.

“Tras escucharla teníamos que tomar las radios y las comisarías como pudiéramos, ya que teníamos muy pocas armas” recordó Lucero.

La reunión clandestina con un entorno de semioscuridad, como era de esperarse, tuvo una duración de varias horas. Allí se definieron los objetivos a alcanzar: tomar el gobierno, llamar a elecciones y llevar como candidato a Valle, tras lo cual se convocaría a Perón para ofrecerle la presidencia. Años más tarde –1973-, salvando las diferencias, el mismo mecanismo para concretar reuniones, tuvo como protagonista a “El Tío” Héctor José Cámpora.

Esa misma noche se tomó la decisión: el santo y seña sería “en la madrugada se cortan las frutas”.

Valle estuvo con posterioridad en Rosario en tres oportunidades, siempre de manera clandestina y en la reunión antes referida se despidió de todos palmeándoles la espalda mientras repetía una y otra vez: “La lucha es por la vuelta del general”.

*

La campaña a favor del regreso de Perón se desató en base a pintadas y volanteadas, fundamentalmente en los barrios. En las noches, ocultos en los pliegues de las sombras de calles deshabitadas, cientos de militantes con una brocha en una mano y un tacho de pintura o brea en la otra, se arriesgaban a caer presos de uno a tres años, ya que el régimen no perdonaba.

Como ocurre muchas veces entre los argentinos, al llegar la noche de la convocatoria, llovieron las decepciones. Muchos luchadores por Valle se quedaron bajo las sábanas, aún en los casos en que los iban a buscar y les pateaban las puertas para que salieran. “Muchos arrugaron”, me dijo el “Chancho” Lucero y por eso varios planes no pudieron llevarse a cabo, a pesar de los compromisos asumidos. “En todos los grupos políticos han cobardes y acomodaticios”, me agregó.

 

Reuniones junto a los muertos

Al caer la oscuridad, con el crecimiento de las sombras, los rebeldes de reunían en casas ingresando temerosamente de a uno, con las luces apagadas. La intención era simular que en la vivienda todos dormían. Mientras, otros, se convocaban en velatorios, a los que el jefe de área los citaba por teléfono para organizar los operativos. Para disimular, se hacían pasar por amigos del finado y hasta saludaban acongojados a los deudos, quienes no sabían que el muerto tuviera tantos amigos.

Lo propio hacían algunos ya viejos periodistas de Rosario, más acá en el tiempo, pero con otro objetivo mucho más prosaico: tomar café con masitas y bocaditos gratis, mientras contaban cuentos “verdes”. Eso sí, también saludaban a los familiares del fallecido con fingida amargura, por la pérdida del amigo. Pero esto es harina de otro costal.

A pesar de que los “luchadores de base” caían detenidos a montones, el compromiso de nuevos participantes de la Resistencia era permanente, revitalizante. Algunos, incluso, hasta empezaban a aprender tiro con armas de puño. El mismo "Chancho” era convocado por su madre, a las 5 de la mañana de cada día, para entrenar con su revólver. “No vaya a ser que llegue el día de la Revolución y no tengas puntería”, le repetía mientras, paralelamente le servía un humeante café con leche.

El “Chancho” se comprometió políticamente, una vez más, en la noche del 9 de junio del 56 a participar de una de las habituales reuniones clandestinas, en este caso en el cine “Ocean”, de avenida Rondeau. Esa noche debía reunirse en las penumbras del cine, mientras fingía ver la película, con un joven que pretendía ingresar a su hermético grupo.

Lo propio decidieron luego el comisario de la seccional 16ta. Ricardo Julio Díaz – conocido entre sus camaradas como “El payaso”, sobre el que en otro capítulo de ese trabajo nos explayaremos- y otros dos muchachos, de apellidos Rojas y Paredes.

Al salir del cine Ocean, en plena avenida Rondeau, Lucero, a través de uno de sus compañeros militantes, se enteró que estaban convocando a los componentes del grupo del que participaba.

Es así que uno de los simpatizantes –Scaramuzino- tomó el compromiso de recoger armas y dejarlas en el lugar acordado, esto es un jardín de Gurrruchaga al 900. Pero sus miedos internos pudieron más y a pesar que obtuvo una bolsa llena de armas, -muchas de ellas escopetas oxidadas-, tras dejarlas en el lugar preestablecido, no avisó al grupo que había cumplido su misión y obviamente, los destinatarios de las mismas no fueron a buscarlas.

El dueño de casa encontró con las primeras luces del día siguiente el armamento en su jardín escarchado, mientras Scaramuzino ya estaba en camino a las islas entrerrianas, lugar que había elegido para esconderse.

*

Marcial Martínez, con la inexperiencia de sus 16 años, pero con un valor a toda prueba, acercó un machete, mientras el comisario Díaz, mediante engaños encerró en una celda con candado a los policías bajo su mando y se cargó 14 Mauser junto al sumariante Gil, con quien se unió al grupo resistente. Altieri, un rebelde de la zona sur aportó una ametralladora.

“Luis D. Piacenza, Barinaga, Jurjo- por ese entonces delegado de la Mixta- Lo Piccolo y Putero, como había sido organizado, se dirigieron a la planta transmisora de Radio Splendid –hoy Radio 2- para concretar su toma por la fuerza y desde allí iniciar la propalación de proclamas en las que se convocaría a la población a plegarse a la asonada, bajo la denominación “La Voz del Movimiento de Recuperación Nacional".

La primera proclama se emitió a las 23.25. Allí estuvo el locutor Recio, ya comprometido con el grupo, quien se encargó, junto al ya aludido Jurjo, a leer los textos que decían: “Las horas dolorosas que vive la República y el clamor angustioso de su pueblo, sometido a la más cruda y despiadada tiranía, nos ha decidido a tomar las armas para restablecer en nuestra Patria el imperio de la libertad y la justicia, al amparo de la constitución y las leyes”. Esa noche la última frase fue estamos recibiendo el bautismo de fuego”, relató meditabundo Lucero al autor, entre sorbo y sorbo de té cargado, acompañado de un matrimonio amigo entrado en años.

A quien esto escribe le señalaron, a nivel de versión, que, tras la transmisión de una pelea de box, el locutor “Negro” Olivetti, dejó los micrófonos abiertos, y también le indicaron que “el libro de locutores de Radio Nacional de Buenos Aires, le habría servido a Rodolfo Walsh para probar que hubo fusilamientos antes que se decidiera la aplicación de la Ley Marcial. Radio Nacional cerró la transmisión y la habría vuelto a abrir.

 

Los recuerdos de Quagliaro

El dirigente gremial Héctor Quagliaro recordó: “la noche del alzamiento del general Valle yo había ido al cine Roma. Al salir me crucé al bar de enfrente a tomar un cortadito. En ese tiempo jugaba al fútbol en Las Parejas y mientras estaba allí se tomó la planta de LT2 y escuchamos las arengas.”, escribió Hugo Alberto Ojeda en su libro “Quagliaro la vida de rosarino” y agregó que a hermanos del dirigente se los llevaron presos por hacer “miguelitos” con papas cruzadas con clavos que quedaban siempre con la punta hacia arriba.

Héctor Quagliaro

A todo esto, en un allanamiento, ordenado por el jefe de policía Kurtzemann, al hermano menor de Quagliaro le encontraron una bolsa de papas preparadas bajo la cama y el que fuera dirigente de ATE, a pesar de ello, dejó claro que ese policía “fue mucho más benévolo que Feced”.

*

El Palacio de Jefatura fue un manicomio. Conocido el movimiento generado por la Resistencia Peronista local, Kurtzemann avisó al marino interventor Garzoni de lo que estaba sucediendo, mientras –paralelamente- el dueño del restaurante La Comedia –el único que se mantenía con las puertas abiertas las 24 horas- tras escuchar la proclama por radio LT2, le avisó lo que estaba sucediendo al teniente coronel Hebling, jefe del “11 de Infantería”, quien cenaba habitualmente milanesa con papas fritas en el lugar.

El militar, mirando a los ojos al cocinero Ramón Reguera, le dijo mientras limpiaba su boca con la servilleta desgastada: “Este tipo de jodas no se hacen”. Pero al ser advertido por Reguera que no lo estaba jodiendo, arrojó la servilleta ajada en la mesa con fuerza y salió como un misil del comedor iluminado por una luz mortecina.

Un grupo de gendarmes se dirigió a recuperar la plata transmisora de Radio Splendid, pero debió detener su avance al ser recibido por una andanada de bombas Molotov, generando ello, a su vez, un intercambio de disparos por espacio de dos horas aproximadamente.

Los hombres vestidos de verde lograron avanzar mientras los componentes de la Resistencia retrocedían palmo a palmo hasta agruparse en una casilla existente en la planta transmisora.

Allí, mientras los hermanos Roldán, -hijos de un comisario-, junto a otros componentes de la Resistencia huían, se quedó Jurjo entreteniendo con disparos aislados a los gendarmes, quienes, para terminar con la situación de una buena vez, ametrallaron el entretecho de la casilla obligando al militante a rendirse. Igual destino les tocó a Barinaga, Lo Píccolo, Putero, el comisario Díaz, Sobrino Aranda y Gil.

Mientras tanto, otro puñado de hombres de la Resistencia, tras advertir de lo sucedido a sus contactos en Santa Fe, Paraná y Rafaela, fue atrapado en la central telefónica Sarrratea, ubicada en la zona norte de la ciudad de Rosario –Alberdi- donde habían intentado anular las comunicaciones de toda la ciudad. Allí fueron detenidos Lucero, Marcial Martínez y otros jóvenes, quiénes sólo tenían en su poder un revólver calibre 32, sin balas y escopetas. Su destino no fue otro que el Palacio de Jefatura.

 

El tranvía más lento del mundo

Como estaba previsto, tras producirse el lanzamiento de la proclama pro Valle en Rosario, un grupo de militantes armados tomó por la fuerza un tranvía y obligó al conductor a dirigirse hacia el Regimiento 11 de Infantería”.

“No lograron su objetivo –aseguró el doctor Maidágan-[5], por ese entonces asesor legal del jefe de la policía de Rosario- ya que fueron interceptados por un grupo de policías encabezados por el propio Kurtzemann, quienes detuvieron a los rebeldes –militantes que se reunían habitualmente en el club La Carpita, en la zona oeste de Rosario- y los condujeron, utilizando el mismo tranvía, hacia el Polígono, en  los altos de la Jefatura, localizado en Santa Fe al 1950, donde permanecieron detenidos 200 componentes de la Resistencia, hasta que concluyó la asonada fallida, momento en que se dispuso su libertad”.

Las indagaciones, que realizó el autor para confirmar los dichos de Maidágan, demuestran que el entrevistado, al menos, se equivocó, ya que quienes actuaron como componentes del grupo seguidor de Valle, expresaron puntos de vista disímiles.

El Polígono donde hora tras hora eran llevados nuevos componentes de la Resistencia, se tornó irrespirable. Los militantes, sentados en cueros y transpirando, presagiaban que en pocas horas se decidiría su suerte. Sentían que la visita de la muerte era un hecho inexorable.

La nómina de los condenados a muerte por fusilamiento no se hizo esperar: Nicolini, Díaz, Gil, Lo Píccolo, Putero, Lapetina, Morales, Oscar Lucero –hermano de Juan-, quien trabajaba en la Fábrica de Armas de Borghi; el periodista Osvaldo Mainetti, Menéndez, los hermanos Piacenza, Marcial Martínez, Bonamelli y el propio Juan Lucero, junto a otros seis detenidos la conformaban.

Con el correr de las horas también cayó arrestado el dirigente Carmelo Corazza, quién fue derivado al Polígono, dónde ante la burla de los detenidos, los marinos les intentaron nombrar a militares como abogados defensores. Como la cargada fue mayúscula Kurtzemann, avergonzado, desistió.

*

A la mañana siguiente, desde el Polígono, a las 12 del mediodía, bajo un sol que rajaba la tierra, partió la comitiva de los condenados en un ómnibus. El destino era el cuartel del 11 de Infantería, donde se realizaría el fusilamiento masivo.

Los 21 condenados a ser abatidos partieron vigilados por colimbas a cargo de un mayor de apellido Gentili, un nacionalista católico que, como sus entristecidos soldados, no compartió la decisión de llevar a cabo la matanza.

El colectivo avanzaba a baja velocidad. Se pretendía alargar los tiempos y hasta el propio Gentili meditaba en el viaje acerca de mecanismos que le permitieran aplazar el criminal acto, aunque más no fuera por algunas horas.

Así llegaron a la intersección de San Martín y el Bulevar 27 de febrero, donde Gentili, fingiendo sentir ruidos extraños en el colectivo, ordenó la detención del mismo y con un hierro descendió del vehículo para verificar el estado de los neumáticos, tras lo cual ordenó revisar el motor. Luego, al comprobar que todo estaba en orden, dispuso, muy a su pesar, la continuación del viaje que a los pocos metros se interrumpió nuevamente, pero en este caso por causas no controlables por el Ejército: antes de trasponer las vías debieron permitir que un tren carguero cruzara San Martín.

Los minutos parecían una eternidad y, a pesar de que era el mes de junio, a Gentili le caían gruesas gotas de sudor por el rostro, gotas que iban cargadas de bronca y odio hacia sus superiores.

Finalmente, al trasponer la puerta principal del cuartel, los condenados vieron a sus familiares intentando ingresar al lugar y Gentili, con muy pocas fuerzas morales, ordenó acelerar el colectivo y entrar por la parte posterior del “11 de Infantería”.

Ya en el interior del cuartel, los cabecillas de la Resistencia fueron obligados, uno al lado del otro y esposados, a formar una fila en la Plaza de Armas.

Miembros de la Resistencia Peronista de Rosario (Infobae)

A instantes de ser fusilados 

En un sector parquizado con hojas amarillentas por doquier y bajo un silencio sepulcral, los militantes con infinita pesadumbre vieron llegar alcoronel Magni, un masón que disfrutaba por el momento que le estaba tocando vivir.

El “Chancho” comenzó a rezar; su hermano Oscar y Menéndez estaban blancos como si su rostro fuera de yeso, mientras el comisario Díaz la iba de serio; Nicolini no pudo evitar verter algunas lágrimas, mientras que Martínez, con la mochila de sus 16 años, mostró la increíble fuerza espiritual que lo sostenía.

Lentamente comenzaron a ubicarse los oficiales que formaban parte del pelotón. Jurjo iba a ser el primero en caer, cuando Martínez, imprevistamente, comenzó a gritar que iba a morir “con la panza vacía y sin poder ver al partido de Central y Boca que se jugaría esa tarde”. “Esta es la juventud que nos dejó Perón”, reputeaba Magni a los gritos.

De pronto el jefe de la tropa cambió de opinión.
-¡Usted! ¡un paso al frente! … el militar se dirigió a Marcial.

Un soldado desconsolado se adelantó y le vendó los ojos, tras lo cual le ató las manos en la espalda. Por el cerebro de Marcial pasaban, agolpándose los hechos más salientes de su vida que ya estaba a punto de irse mezclada con su propia sangre.

Ya estaba todo casi perdido. Pero, de pronto, a la distancia, el coronel Magni, los componentes del pelotón y los propios condenados vieron venir corriendo, a los gritos al oficial Gentili.

Boqueando, traspirado, y sin saludar, le espetó a su superior “fusilaron a Valle y ordenaron detener las ejecuciones”.

La oficialidad católica, obligada a hacerse cargo de la decisión homicida de sus superiores respiró hondo mientras bajaba las armas. Gentili, ya con más aire en los pulmones repartió cigarrillos Saratoga 10 entre quienes salvaban milagrosamente sus vidas… por el momento.

“A cara de perro, por los momentos que los habíamos hecho pasar, los milicos nos hicieron ascender nuevamente al colectivo y en pocos minutos, nos llevaron nuevamente a la Jefatura, donde nos pegaron de lo lindo”, relató el “Chancho”.

“A Marcial –agregó-le dieron un botinazo en el pulmón y con el correr de las horas, el traumatismo se le infectó internamente. En el tiempo, debido a ese golpe, perdería el pulmón.

El propio Lucero recibió, de los brutales gendarmes –ancestros institucionales de “El carnicero verde”, del que tendremos mucho por decir en esta historia-, tremendos golpes en el cráneo y en el tórax.

Los militares, ya con el grupo resistente en el Polígono, decidieron enviar al mismo a la Cárcel de Encausados de Zeballos y Ricchieri, dónde hacinados más de 300 hombres, -entre los que se hallaban otros componentes de la Resistencia como Di Marco, José Pardal y Cuello- fueron derivados a un galpón que habitualmente hacía las veces de iglesia el que se convertiría en un hediondo depósito de seres humanos”.

Había finalizado una fase y comenzado otra.

 

 

[1] Aldo Duzdevich. El relato original está en primera persona y fue adaptado para tercera.
[2] Íbidem. Duzdevich.
[3] No fue la única oportunidad en que se quemaron libros en procesos militares.
[4] Íbidem.
[5] Entrevista del autor.

 

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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política

Foto: Miembros de la Resistencia Peronista. El 9 de junio de 1956 se produjo el levantamiento del general Valle. La represión fue brutal y hubo 29 fusilados (Infobae)

Viene de acá: La segunda ola

Continúa aquí: Libres y no vencidos

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